Gallofa se llamaba en la literatura clásica al hueso
roído o mendrugo de pan mohoso o troncho de berza podrida que se
entregaba al mendigo a modo de desmayada limosna. Y, más que entregarse,
se arrojaba desde cierta distancia, pues no convenía acercarse en
demasía al mendigo, que tal vez escondiera entre los harapos alguna buba
o escrófula purulenta. De este modo, a la vez que acallaba su mala
conciencia, el reticente benefactor evitaba el contagio.
A modo de gallofa, el Gobierno pepero ha arrojado a su
electorado más zombi el hueso roído de una grotesca restricción que
impediría a las menores de edad abortar sin el consentimiento de sus
papaítos. Lo ha hecho, además, de la forma más desganada posible,
disimulando a duras penas el tedio y la repugnancia que le provoca ese
electorado zombi (¡ultracatólicos casposos!) al que, de buena gana,
mandaría a tomar por retambufa; pero al que tiene que seguir camelando y
dando pomada, para evitar desgarros. Además, esta vez el Gobierno no se
ha conformado con arrojar la gallofa guardando una distancia prudencial
por temor al contagio, sino que ha mandado como recaderos a sus
diputados, pues la gallofa estaba tan podre que temía que su fetidez se
le quedase prendida indeleblemente de las ropas, impidiéndole luego
desenvolverse en sociedad y pavonearse ante su electorado más molón y
moderno. ¡Ay, los sacrificios que los peperos tienen que hacer por esos
ultracatólicos casposos! Y encima, los muy ingratos, no se los
agradecen; y hasta hay algunos que, hartos de gallofas tan podres, ni
siquiera doblan el espinazo para recogerlas. ¿Dónde se ha visto tamaña
desfachatez?
Pero, aunque esos ingratos no recojan los huesos roídos y
mendrugos mohosos que les arrojan, los peperos podrán caminar con la
cabeza bien alta. Pues nadie podrá acusarlos de no haber cumplido con su
papel, que no era otro sino engañar a su electorado más zombi,
haciéndole creer que iban a derogar la ley del Aborto, cuando de lo que
se trataba era de consolidarla, según la misión que Balmes dixit
la dinámica revolucionaria ha asignado a los partidos conservadores,
que no es otra sino «conservar» los intereses creados de la revolución. A
la revolución del mundialismo le interesaba mucho que los peperos
arrojasen esta última gallofa podre a su electorado más zombi, por una
razón bien sencilla: una ley que permite abortar alegremente a las
menores puede resultar demasiado brutal para las conciencias farisaicas;
en cambio, una ley que exige a las menores consentimiento de los
papaítos, además de tranquilizar las conciencias farisaicas, refuerza la
consideración del aborto como acto de disposición de la voluntad, que
sólo exige para poder realizarse plena capacidad legal o, en su defecto,
una autorización de los papaítos que la supla, como comprarse un piso o
abrir una cuenta bancaria. Mediante esta gallofa, se contribuye a la
normalización del aborto como «derecho civil» y al eclipse de la
conciencia, que ya no es capaz de enjuiciar la naturaleza criminal del
aborto, sino que se conforma con imponer grotescos requisitos de
capacidad legal a la mujer que lo perpetra; consecuencia inevitable de
considerar el aborto una «tragedia para la mujer» (como tanto gustan de
repetir los zombis), en lugar de un crimen contra la vida más inerme. La
revolución mundialista no podrá decir que los peperos no han cumplido
con ardor la misión que les ha sido asignada.
Quejarse ahora de que la gallofa está podre es como
llorar ante la leche derramada. ¡Conque a doblar el espinazo y a
recogerla agradecidamente, leñe, que las elecciones están a la vuelta de
la esquina y vienen los podemonios!
Autor: Juan Manuel de Prada