Silencio en el Monlleó.
Silencio
respetuoso sólo quebrado cuando el viento, poderoso, resbala por la enorme
piedra en la que está cincelado tu nombre.
La Virgen de la Estrella te cuida y,
desde lo alto de la portalada de la iglesia, observa paciente. Vigila que nunca
falte una flor, ni una piedra que sustente ese humilde homenaje que te
rindieron tus amigos de la montaña. Cientos de piedras exquisitamente colocadas
se extienden alrededor de tu nombre. Puestas con paciencia, sin prisas, con el
sosiego de quien, tras horas de duro camino, llega a lo alto del valle y avista
el cauce del río, el puente, la iglesia, la escuela…
Cruzamos el lecho del río atravesando el
puente. Nos sentamos en la fuente, debajo de las
ventanas de la vieja escuela. Cerramos los ojos. Te vemos charlando con
Sinforosa y Martín sonriendo, disfrutando…
Te
percibimos por todos los rincones que vamos recorriendo y reviviendo. ¡Cuántos
recuerdos!
El tiempo se para. No hay prisa. La
Estrella sabe esperar…
La Virgen te llora, sabe que gente como
tú ya no queda. Discreto, paciente, humilde, amigo de tus amigos. Nunca un mal
gesto. Nunca una mala palabra.
Ramiro, la Estrella no te olvida. Ni
Martín, ni Sinforosa…
Tus amigos tampoco.