Día gris y lluvioso. Miro el reloj, van a dar las ocho de la tarde, apenas faltan tres minutos. Estoy solo, bajo una tímida lluvia, en el lugar de siempre, a la hora marcada para el comienzo de la concentración. Decido quedarme y hacer una concentración unipersonal. Comienzo a orar en silencio por las víctimas del aborto, por la conversión de los abortistas, por todas las mujeres que han decidido y se han visto obligadas a abortar…
Inesperadamente llega Javier. Interrumpo mi oración mental y le saludo. Ya somos dos. Iniciamos una conversación y comentamos que quizá sea la lluvia la que ha provocado tan ínfima asistencia. Yo me quejo, ya que para otros asuntos más mundanos la gente aguanta la lluvia y lo que le echen, pero qué se le va hacer.
Cinco minutos después llega Amparo, que nunca falla, y esta vez no podía ser menos. Casi al mismo tiempo llega uno de los hermanos Almela. Poco después dos hombres más, de edad avanzada. No los conozco, pero me alegro mucho de verlos. Ya somos seis.
De manera espontánea formamos un círculo y charlamos brevemente. Le pregunto a Amparo por su viaje a Roma a la beatificación de Juan Pablo II. Amparo nos hace una crónica con todo detalle.
La lluvia arrecia y entre todos decidimos que el acto de hoy consistirá en leer una de las oraciones por la Vida que solemos rezar al finalizar las concentraciones. Todos los presentes somos católicos practicantes, con lo cual creemos que es lo más adecuado. Creemos en el poder de la oración.
Leo la oración:
“Señor, Dios Todopoderoso y Creador nuestro, nos reunimos hoy en torno tuyo para celebrar nuestra existencia y alegrarnos por el don de la vida. Enséñanos a comprender y hacer comprender a los médicos y legisladores, cada vez más profusamente, que toda vida humana es sagrada, tanto la del pequeño en el vientre de su madre, como la del enfermo desahuciado; la del niño lisiado o anormal, como la del adulto incapacitado; la del vecino, como la del hombre distante y lejano. Recuérdanos, Padre Celestial, que independientemente de la edad, raza, color o credo, cada persona ha sido creada a tu imagen y semejanza, y ha sido redimida por Cristo. Enséñanos a ver a los demás a través de tus ojos para poder venerar, preservar y sostener el don de la vida en ellos, y emplear con mayor fidelidad la nuestra a tu servicio. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén”.
Seguimos con un padrenuestro, un avemaría y el gloria.
Damos por concluida la concentración y les agradezco a todos su asistencia. Conversamos brevemente para despedirnos. Llega Héctor, y poco después Assun. Rezagados, pero llegan. Les emplazo a todos para la próxima concentración, el último viernes de Junio.
Nos despedimos y cada mochuelo a su olivo. Sigue lloviendo. Ahora con más fuerza.
José Antonio.