Libertad, instintos, deseos, ascesis, personalidad coherente, autoridad, permisividad.
Se multiplican meritoriamente las iniciativas de reflexión sobre el tema de la emergencia educativa y, recientemente, a estas se ha añadido una importante investigación del proyecto cultural de la Conferencia episcopal italiana que lleva el sugestivo titulo: "El desafío educativo". En mi opinión, en el centro de la reflexión sobre el tema hay que poner una cita de Benedicto XVI: "La educación bien lograda es formación en el uso correcto de la libertad".
La emergencia educativa de nuestro tiempo consiste precisamente en la dificultad que la familia y la escuela encuentran a la hora de educar en la libertad, de formar hombres libres, Para comprender el alcance del problema, es necesario ante todo quitar un prejuicio común: que para educar en la libertad es suficiente con eliminar cualquier vinculo y abandonar al joven al simple desarrollo natural de sus pasiones.
Desde Rousseau en adelante este naturalismo, es el proton pseudos (el "error original") de la pedagogía moderna,
Excavando un poco mas hondo no es difícil descubrir detrás de este error la negación, sin pruebas, de la doctrina cristiana del pecado original. Se afirma una bondad original del instinto. El instinto siempre es bueno y no necesita ser guiado por la razón. Y aunque esa guía fuera necesaria, se desarrolla naturalmente, sin tener que realizar ningún esfuerzo para vencer una resistencia.
Santo Tomás, en cambio, pensaba que existe una tendencia de la naturaleza corrompida por el pecado que se opone a los dictámenes de la recta razón: es el peso de la concupiscencia. Para corregirlo es necesario el esfuerzo consciente de la voluntad y también otro peso, distinto, que ayuda a orientar la voluntad, el pondus amoris, el peso del amor.
Por lo demás, ya san Agustín escribía: amor meus pondus deum ("mi amor es el peso que me arrastra"). El amor a Dios me arrastra hacia la verdad y el bien; el amor desordenado a mi mismo y al mundo, hacia la mentira y el mal.
La pedagogía emancipadora y permisiva de nuestro tiempo ha ignorado intencionadamente esta estructura antropológica del ser humano. Se buscaba realizar un hombre liberado.
Los resultados, en cambio, se alejan considerablemente de las promesas iniciales.
En realidad, el joven mira con preocupación, sorpresa y miedo el conjunto de interrogantes, exigencias y deseos que se desarrolla dentro de el. Instintivamente entiende que estas pulsiones son contradictorias entre si y potencialmente destructivas. ¿Cómo reconducirlas a una unidad e impedir que la persona se vea desgarrada por sus contradicciones? Mas exactamente, ¿cómo conseguir que la persona logre emerger, que logre formarse a si misma a partir de este conjunto de deseos y de exigencias?
La libertad del hombre no es la libertad del instinto. Solo a partir de una imagen del verdadero bien de la persona es posible seleccionar, ordenar y organizar las estructuras interiores de un ser humano inteligente y libre.
Antonio Rosmini nos ha dejado una critica perfecta del naturalismo que parte de la constatación de que los deseos son caprichosos, variables y en continua contradicción uno con otro.
Tenemos mas deseos que energías para realizarlos. Además, algunos deseos por su estructura íntima contradicen a otros.
Sigmund Freud (el verdadero crítico del naturalismo, aunque mal comprendido) escribió una vez que si nuestros deseos fueran caballos, muchos estarían atados a los ataúdes de nuestros mejores amigos.
Realmente es así: el deseo ignora la valoración de las consecuencias y la
escansión temporal. El niño que llora contra su madre la querría ver muerta. Claro que, si la matara, después se pasaría toda la vida llorando por lo que había hecho. El deseo ignora incluso el principio de no contradicción. En el ejemplo anterior el niño querría a su madre viva y muerta a la vez.
Para entender lo que realmente queremos, tenemos que aprender a someter el deseo inmediato al juicio de la razón. Entre los numerosos deseos debemos seleccionar algunos que queremos realizar verdaderamente y concentrar en ellos la energía de la vida que se llama trabajo. ¿Cómo es posible jerarquizar los impulsos instintivos y ordenarlos dentro de una hipótesis de personalidad coherente? Esta operación de jerarquización de los instintos y de unificación de la persona solo es posible a la luz de la verdad sobre el bien de la persona.
La mentalidad común otorga un gran valor a la espontaneidad. En esto hay algo de verdad, especialmente como reacción a una pedagogía autoritaria y coercitiva de una fase histórica anterior que generó hipocresía mas que una verdadera adhesión al bien. Sin embargo, es preciso estar atentos a no hacer de la espontaneidad un ídolo.
Muchas veces la elección espontánea que obedece a un impulso irreflexivo y no educado es también una elección equivocada y destructiva para la persona.
Todo esto no es posible sin dos factores fundamentales del proceso educativo que hoy se ignoran sistemáticamente. El primero es la ascesis. Ascesis es capacidad de decir que no, de resistir a la violencia con la cual el impulso pide que se le satisfaga inmediatamente sin una reflexión que se pregunte si corresponde a la verdad y al verdadero bien de la persona.
El permisivismo contemporáneo ha difamado la ascesis identificándola con la "represión". La ascesis implica ciertamente la fuerza de reprimir el instinto, pero también implica la capacidad de dar a la energía proveniente del instinto una forma nueva, correspondiente a la verdad de la persona.
Sin ascesis no hay educación de la persona. Pero la fuerza necesaria para la ascesis debe ser movilizada por la experiencia de algo positivo, por la percepción de un valor por el cual vale la pena afrontar la fatiga y la frustración de la ascesis.
La ascesis no es solo represión porque indica a la energía pulsional una modalidad de satisfacción alternativa, justa para el hombre. Pero lo que es bien para el hombre en el proceso educativo no puede ser el simple resultado de una búsqueda intelectual individual.
El bien fascina y convence si lo encontramos en una experiencia humana viva. Es necesaria la experiencia de la autoridad. La autoridad es la presencia del valor en una persona que da testimonio de él, hace que los demás lo puedan percibir mas directa y fácilmente. La autoridad es guía en el camino hacia la experiencia del valor.
Sin ascesis y sin autoridad no hay experiencia educativa. La autoridad transmite la experiencia de los valores para que se pueda poner a prueba en la vida del discípulo. El discípulo no repetirá servilmente esta experiencia tal como se ha realizado en la vida del maestro. Mas bien la confrontara con sus propias experiencias y la filtrara a través de estas reviviéndola y haciéndola propia.
En este proceso continuo de transmisión y verificación crítica la tradición de una cultura crece y se renueva en el tiempo.
¿Que sucede en una cultura que ha difamado la ascesis y desacreditado a la autoridad?
Lo ha descrito muy bien Erich Frommen en un libro famoso hace tiempo, titulado "Fuga de la libertad". El joven que tiene miedo de sus impulsos y de la propia incapacidad de controlarlos y de disciplinarios acepta depender del poder de la opinión dominante en su ambiente.
En lugar de desarrollar un pensamiento crítico se rinde a lo que se dice, a lo que quiere quien tiene el control de los medios de comunicación de masas.
Herbert Marcuse habla de sublimación represiva. La sociedad permisiva ofrece al joven numerosas modalidades de satisfacción inmediata del instinto, pero precisamente de este modo hace más difícil la formación de una personalidad libre, capaz de establecer su propia relación con la verdad y de hacer de esa relación la guía de la propia construcción social.
La educación "tradicional" invitaba a luchar por controlar las propias pasiones, a buscar la verdad, a orientar las pasiones según la verdad y hacia la verdad.
El hombre llega a ser libre cuando reconoce la verdad. La obediencia a la verdad libera al hombre de la tiranía de las opiniones dominantes y también de la sumisión a los hombres. Temer a Dios es reinar. Quien teme a Dios no tiene miedo de los hombres.
Igualmente la obediencia a la verdad libera de la sumisión a las propias pasiones. Obediencia a la presión de las pasiones y obediencia al poder social externo pueden oponerse entre sí, como ha sucedido con frecuencia en el pasado. Hoy acontece lo contrario. El poder social se alía con las pasiones del alma para impedir que se forme una personalidad responsable y libre, para crear una masa libremente manipulable por quien tiene el poder.
Este es el problema de la educación en nuestro tiempo. Está, por una parte, la libertad del instinto y, por otra, la libertad de la persona. La libertad de la persona supone que el sujeto es capaz de dominar su propio instinto y, de ese modo, llega a ser dueño de sí mismo.
El hombre que no llega a ser dueño de sí mismo mediante la ascesis acaba por sentir la libertad del instinto como una carga insoportable, no se orienta en los conflictos que surgen inevitablemente entre las diversas metas instintivas posibles y acaba por entregar de buena gana su libertad al poder social dominante.
El hombre que pide sólo satisfacción inmediata a sus pulsiones se entrega inevitablemente a quien puede darle esa satisfacción, y resulta infinitamente manipulable.
El hombre pertenece a quien puede darle
panem et circenses. La satisfacción alucinatoria del deseo mediante el espectáculo televisivo sustituye el esfuerzo por realizar realmente las propias exigencias verdaderas.
El punto de llegada de buena parte de las modernas tendencias "deconstruccionistas" es precisamente la reconstrucción del yo y la abolición de la personalidad consciente. Para reconstruir la educación es necesario volver a partir de testigos autorizados -.¿No es esto lo que deberían ser, ante todo, los padres y los educadores?- que sean capaces de indicar sin ambigüedad el recorrido de una ascesis que hace capaces de verdad, que permite ponerse en marcha en el camino de la búsqueda de la verdad.
Publicado en L'OSSERVATORE ROMANO - edición en lengua Española ,numero10, marzo7de 2010 - p.14