«No hay yoga cristiano, sino que hay cristianos que
hacen yoga», dice quien fuera maestro de esa disciplina que es,
advierte, un camino de vida. Hoy el belga Joseph-Marie Verlinde es
sacerdote y Prior de un monasterio en Francia. Su diáfana reflexión
sustentada en la experiencia cuestiona los argumentos que presentan al
yoga como simples y benéficos ejercicios de acondicionamiento físico y
psíquico.
Dejó una carrera científica que iba en ascenso y viajó a la India para ser un auténtico cultor del Yoga. También cultivo prácticas del esoterismo y necesitó ser exorcizado. Sus advertencias a los católicos están fundadas en la experiencia.
En su libro «La Experiencia Prohibida», del que
presentaremos algunos extractos, amén de pasajes de una entrevista
emitida por «Net For God Production» nos transparenta verdad y la pasión
por su respuesta fiel a Dios, quien finalmente conquistó su alma.
Apenas con 20 años ya era un aventajado científico
en el Fondo Nacional de Investigación Científica de Bélgica, cuando se
hizo parte de la gran revolución cultural de 1968. «Yo era investigador
de Química Nuclear y los medios científicos y de investigación se
encontraban en plena efervescencia. En ese momento, me dejé llevar por
esa ola. Me enfoqué hacia las propuestas de oriente que invadían el
horizonte de la cultura occidental».
Ni su sólida educación cristiana, como tampoco la innata cualidad
crítica de su ser científico impidieron que fuere impactado por el
movimiento de estructuras en la sociedad de la época. Y un día
cualquiera, se quedó absorto ante un afiche publicitario que invitaba a
practicar la Meditación Trascendental. Aquello de ser
una «vía simple, fácil y eficaz», dice, para llegar a estados superiores
de conciencia y una autorrealización plena, era irresistible. «Me
entregué a practicar intensamente -detalla- hasta el punto de que llegué
a encontrarme tan ensimismado como si estuviese fuera de la realidad e
incapaz de asumir mi labor en el laboratorio donde trabajaba».
Es entonces cuando conoció a un renombrado seguidor del yoga, llamado
Maharishi Mahesh Yogi. «Como prestaba una atención especial a los
hombres de ciencia, me recibió cordialmente. Empezó haciéndome practicar
la técnica aún más intensamente, pues, según él, las dificultades que
experimentaba se debían a que debía relajar tensiones profundas. Tras ese tiempo de «purificación», me propuso convertirme yo mismo en maestro de la meditación, y me formó para ello».
Por casi tres años exploró en las afamadas bondades del yoga,
permaneciendo en una comunidad espiritual (Ashram) en la India. Pronto
fue entrenado, allí, en la cuna del Yoga, descubriendo,
dice, que la práctica «era una gran liturgia. Mientras que aquí, los
occidentales hacían y hacen yoga como ejercicios de relajación. Incluso
cuando le dije al gurú en un viaje a Alemania que los europeos estaban
haciendo yoga para relajarse, él tuvo un ataque de risa. Luego, pensó
por un momento y dijo «esto no evitará que el yoga haga su efecto».
Quedó estremecido y reflexionando sobre esto en su libro «La experiencia
prohibida» recuerda que a pesar de vivir belleza, armonía y serenidad
durante sus prácticas… «toda mi naturaleza podía exultar con una
sobriedad indescriptible, salvo la punta fina de mi alma que seguía insatisfecha, deseando al Amado…»
Joseph-Marie señala en su libro que el Yoga es en todo un camino
ajeno al que confiesa la Fe. En el horizonte cristiano, precisa, «la
elevación de que se habla es una salida de uno mismo hacia Dios y hacia
los demás, en una entrega caritativa a ellos». Luego agrega que este no
es el horizonte del Yoga, que en sí es… «una inmersión en uno mismo para disfrutar de manera narcisista
del propio acto de ser, en un éxtasis solitario… el yogui se pone en
camino hacia su propia realidad «absoluta», de la que quiere gozar sin
compañía de nadie», sentencia.
Tiempo después, con vagas pero permanentes luces de nostalgia por
Dios, la visita de un médico naturista remecería a Joseph-Marie.
«Nuestros cuerpos estaban maltratados por el intenso ejercicio que
realizábamos allí y este naturista era cristiano. Como yo era una suerte
de secretario personal del gurú lo recibí. Nos pusimos a conversar y él
me preguntó «¿Usted es cristiano?, ¿Está bautizado?», le dije
«¡claro!». Y me devuelve otra pregunta «¿Quién es Jesús para usted?».
Es difícil de expresar, pero percibí que ahí Jesús me decía «Hijo mío…
¿cuánto tiempo me harás esperar?». Luego de eso, me di cuenta que era
amado incondicionalmente, que no había ninguna sombra de juicio en la
mirada, no había penitencia, sino compasión. Una ternura infinita, un
mar de misericordia se derramaba sobre mí y yo lloraba, lloraba todas las lágrimas de mi arrepentimiento».
No pasó mucho tiempo para que Joseph-Marie se viera revestido con la
fuerza necesaria para abandonar el Ashram y las prácticas del gurú.
Tomó un avión de regreso a Bélgica. Con apenas un bolso arribó a
Bruselas. Sin embargo, sintiéndose lleno de temores, confuso, en vez de
buscar ayuda en personas de iglesia, recurrió a personas que le parecían
ser más idóneos para aclarar sus inquietudes. «Estaban adaptados a la
corriente de las tradiciones transmitidas del hinduismo, pero tenían
también como referente los evangelios. Puse mi confianza en este grupo
que se decía «cristiano», pero la verdad es que mezclaban energía y
reencarnación. Y bien, no lo sabía en ese momento, pero había entrado en una escuela esotérica».
Comenzó a naufragar en ese ambiente y pronto vino un giro más radical
en aquella comunidad. «Dimos el giro al ocultismo. Me vi en prácticas ocultistas,
en el ámbito de lo que se llamaría hoy «Terapias Energéticas». Es
decir, manipular las energías ocultas con el fin de obtener curaciones.
Me volví amigo de un naturista y se admiró de mis «habilidades» como
médium usando las fuerzas ocultas sin dificultad para penetrar en la
mente de otros. Estas sesiones de curación ocupaban todo mi tiempo
libre. Pues, en realidad no había «sanación», solamente un
desplazamiento de síntomas».
«Aun así, comencé a participar de la Eucaristía -puntualiza- aunque
no me había atrevido a confiar en los representantes de la iglesia, y
prolongaba mis tiempos de oración con el Santo Rosario. Paulatinamente
tomé conciencia de la enajenación sutil que padecía a raíz del trabajo con estas entidades. Sobre todo, cuando un día se manifestaron».
Honesto Joseph-Marie confidencia que escuchó extrañas voces en su
trabajo. «Tenía un grupo de manipulaciones que llamábamos «colectividad
magnética». Y en un profundo silencio oía a alguien y decía cosas, pero
en la realidad, nadie me llamaba. Estaba muy preocupado, ya que se
repetía siempre. Entonces, se lo comenté a los dirigentes del grupo,
quienes se rieron y me dijeron: «Para nada. No te lo hemos dicho, pero
es evidente que ejerces tales poderes sin la ayuda de los espíritus. Son ángeles sanadores».
Pero continuó esclavizado por estos «ángeles sanadores» al extremo
que en un viaje a París cuando acudió a una Eucaristía al mediodía, en
el momento de la consagración, «cuando el sacerdote dice «por Él, con Él
y en Él», escuché a estos seres blasfemar vergonzosamente de Cristo.
Quedé petrificado. En ese instante comprendí que había sido engañado,
abusado. Al final de la celebración, busqué al sacerdote y le conté mi
historia. Y me respondió: «eso no me asombra. Soy el exorcista de la
diócesis». Luego de este primer encuentro de liberación -y este detalle
es muy importante-… iba todos los días a misa y no pasaba nada, los
espíritus o entidades se ocultaban. Sabían que era mejor quedarse
quietos. Pero la autoridad que tenía el sacerdote los obligó a rebelarse, para hacer la gran limpieza. Pude ser finalmente liberado con oraciones intensas», confidencia.
La llamada al sacerdocio maduraba en el corazón de Joseph-Marie desde
que había regresado de la India. «Esta vez –señala- decidí aferrarme a la Iglesia,
tomándome el tiempo necesario para comprender mi historia a la luz del
Evangelio». Es así que luego de diez años de formación fue ordenado
sacerdote en 1983 integrándose a la Comunidad Monástica de San José,
donde es Prior de un monasterio, en Francia, hasta la fecha.
Fuente: InfoCatólica
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