AUTOBIOGRAFÍA. Para que nadie pueda escandalizarse quiero dejar constancia, de que no he roto la promesa de obediencia que hice a mi obispo, el día de mi ordenación sacerdotal.
Esta (para algunos) insólita iniciativa de evangelizar cantando, siendo sacerdote, tiene el beneplácito del actual Cardenal-Arzobispo de Toledo, como la tuvo de los anteriores. En dicha archidiócesis ejerzo de párroco.
Desde las parroquias de Puebla de Alcocer y Talarrubias (anteriores), Quismondo y Maqueda (en la actualidad); además de las tareas propias del ministerio sacerdotal, vengo realizando desde hace años, la mencionada iniciativa, con el objetivo de difundir el mensaje de Jesucristo a través de sencillas y alegres composiciones musicales.
Mi nombre es José Ruiz Osuna. Nací en un pueblecito de la provincia de Jaén que se llama Higuera de Calatrava hace años. Allí se conocieron mis padres: José, natural de Málaga y mi madre Carmen, natural de Córdoba. Soy andaluz y amante del flamenco, afición que aprendí de mis padres y del ambiente.
De pequeño pude ingresar en el seminario pero mi padre, más por ignorancia que por malicia, se opuso. Acabé siendo enemigo de la Iglesia y de los valores que propaga. Al cumplir dieciocho años abandoné los estudios para irme a Madrid.
Estuve en varios grupos de música, componía canciones “anti-sistema” y me gustaba participar en nocturnas reyertas juveniles de vez en cuando.
Con veintidós años conocí a chavales de mi edad, miembros del Opus Dei. Por ellos y en ellos, descubrí una nueva humanidad y la experiencia de que en la Iglesia, a la que odiaba, estaba la paz y el equilibrio emocional que nadie ni nada pudieron darme antes. Todo esto me lo ofrecían gratis, percibiendo yo que el único interés que les movía era el de mi propio bien personal.
Fue para mí un maravilloso des-engaño. Me sentí liberado de mis propias mentiras, de las amistades interesadas y egoístas, de la hipocresía, vanidad, etc. Al mismo tiempo entraba en la Verdad y el Amor de Jesucristo: libre, gratuito, desinteresado...
El centro de mi vida, que siempre había sido mi propio yo, empezó a ocuparlo el Señor. Consideraba justo y necesario que fuera así. Después de conocerle un poco, nada me había parecido tan perfecto e interesante para ser el objeto principal de mis deseos y complacencias.
¡Qué delicadeza la de Jesús para conmigo! Ningún reproche, nada de riñas, solo perdón y alegría. Claro que para eso tuve que reconocer mis pecados y pedir perdón.
¡Qué experiencia tan maravillosa aquellas primeras confesiones! Los sacerdotes no podían imaginarse mi felicidad al sentirme liberado del peso de mis muchos pecados.
Deseaba que amaneciera pronto para ir a la primera misa del día, siete u ocho de la mañana. ¡Qué momentos de intimidad y de presencia viva de Jesús, después de comulgar, en el silencio de la mañana en el templo!
Desde los 22 años hasta los 26 que ingresé en el seminario, todos los días, la misma experiencia. Me sentía raro en aquellas misas diarias matinales rodeado, casi siempre, nada más que de gente mayor. Me consideraba un privilegiado y además rebelde, pues en mi nuevo modo de vivir seguía haciéndolo contracorriente.
Lectura de libros de espiritualidad y vidas de santos, mucha oración delante del sagrario, y las predicaciones de convivencias y retiros, que me encantaban, eran mis nuevas diversiones. Sin esfuerzo dejé la noche, la música, etc. Había descubierto una nueva humanidad y el cielo, aquí, en la tierra: Jesucristo, la Iglesia.
Me parecía mentira... ¡Yo, que tanto critiqué a la Iglesia, a los curas, al Opus Dei..! Yo, que luché lo que pude (militando en la izquierda) por la libertad, la igualdad y la justicia social... ¡Y acabé siendo cura!
Lo iba entendiendo poco a poco, sobre todo, cuando en mi nueva situación, en tantas ocasiones, tuve que oír que me habían lavado el cerebro. Yo les preguntaba que porqué, antes, cuando me veían de malas maneras, no me reprocharon nunca nada; antes bien, me aplaudían y lisonjeaban siempre.
Mi infancia fue difícil. Nací en un ambiente pobre en todos los sentidos. Me preguntaba por qué. Siempre he preguntado el porqué de las cosas. Mi padre, por la situación económica, había proyectado para mí que fuera mecánico o agricultor. Muy al contrario yo deseaba estudiar para dedicarme a la literatura, pintura, música…
En el último curso de primaria, sin apenas esperanza de conseguir nada, escribí a Franco, al que muchos, por complejo y prejuicios pretenden ahora que lo borremos de nuesttra memoria. Le pedí ayuda económica para poder estudiar. La carta la mandé al ministerio de educación y ciencia. No recuerdo bien, pero me respondieron loando mi audacia y concediéndome una beca para la matrícula, comedor y transporte. Cuando leí la carta a mis padres lloraron emocionados.
En la actualidad, España está a la cabeza de los países que sufren mayor fracaso escolar de Europa. Muchos niños de mi época queríamos estudiar y no podíamos por carecer de oportunidades. Ahora, hay muchas oportunidades pero poca voluntad de aprender. Desde que soy sacerdote, he sido testigo de cómo se enviaban a los colegios públicos, desde la junta del gobierno regional, cajas de preservativos, no para coleccionarlos sino incitando a su uso, “póntelo, pónselo”. Estos recursos junto a grandes dosis de pornografía y violencia, en cine, tv, discos, etc. han ayudado mucho al cumplimiento de la “profecía, amenaza, sentencia” o qué se yo… proferida por el célebre Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno socialista: A España, en unos años no la conocerá ni la madre que la parió.
Con beca hice los estudios medios en el I.E.M. de Martos hasta sexto de bachiller. En este curso me quitaron la beca porque suspendí seis asignaturas. Sin ánimo de auto exculparme, creo que la causa principal fue que aquel año, por orden ministerial, nos obligaron a estar en la misma clase a chicos y chicas. Me enamoré tanto, tanto de la primera de la clase que casi no podía concentrarme en nada más. Para más sufrir me rechazó por otro muchacho más guapo, alto y rico que yo.
Un viejo comunista, vecino mío, intentó, y casi lo consigue, convencerme de las excelencias del socialismo. Para él compuse una de mis primeras canciones: “Canto a Frasquito Guevara paisano de mucha edad con sangre roja en las venas lucha por la libertad…” Por este anciano aprendí el espíritu de protesta y rebeldía hasta el punto de no callarme ante cualquier injusticia por pequeña que fuera. Por esta razón a los 16 años, me vi envuelto en un pequeño lío municipal. Mi padre, intentó arreglar el asunto obligándome a ir a la casa del alcalde con un obsequio y a pedirle perdón de rodillas. Me presenté en La casa del Sr. Alcalde diciendo: “Estoy aquí por obedecer a mi padre pero lo que no pienso hacer es ponerme de rodillas delante de vd, yo no me arrodillo nada más que ante Dios. Y en cuanto a pedir perdón dígame de qué? A punto estuve de ir a un correccional.
Con dieciocho años recién cumplidos abandoné los estudios y me fui a Madrid, Franco acababa de morir.
Esta (para algunos) insólita iniciativa de evangelizar cantando, siendo sacerdote, tiene el beneplácito del actual Cardenal-Arzobispo de Toledo, como la tuvo de los anteriores. En dicha archidiócesis ejerzo de párroco.
Desde las parroquias de Puebla de Alcocer y Talarrubias (anteriores), Quismondo y Maqueda (en la actualidad); además de las tareas propias del ministerio sacerdotal, vengo realizando desde hace años, la mencionada iniciativa, con el objetivo de difundir el mensaje de Jesucristo a través de sencillas y alegres composiciones musicales.
Mi nombre es José Ruiz Osuna. Nací en un pueblecito de la provincia de Jaén que se llama Higuera de Calatrava hace años. Allí se conocieron mis padres: José, natural de Málaga y mi madre Carmen, natural de Córdoba. Soy andaluz y amante del flamenco, afición que aprendí de mis padres y del ambiente.
De pequeño pude ingresar en el seminario pero mi padre, más por ignorancia que por malicia, se opuso. Acabé siendo enemigo de la Iglesia y de los valores que propaga. Al cumplir dieciocho años abandoné los estudios para irme a Madrid.
Estuve en varios grupos de música, componía canciones “anti-sistema” y me gustaba participar en nocturnas reyertas juveniles de vez en cuando.
Con veintidós años conocí a chavales de mi edad, miembros del Opus Dei. Por ellos y en ellos, descubrí una nueva humanidad y la experiencia de que en la Iglesia, a la que odiaba, estaba la paz y el equilibrio emocional que nadie ni nada pudieron darme antes. Todo esto me lo ofrecían gratis, percibiendo yo que el único interés que les movía era el de mi propio bien personal.
Fue para mí un maravilloso des-engaño. Me sentí liberado de mis propias mentiras, de las amistades interesadas y egoístas, de la hipocresía, vanidad, etc. Al mismo tiempo entraba en la Verdad y el Amor de Jesucristo: libre, gratuito, desinteresado...
El centro de mi vida, que siempre había sido mi propio yo, empezó a ocuparlo el Señor. Consideraba justo y necesario que fuera así. Después de conocerle un poco, nada me había parecido tan perfecto e interesante para ser el objeto principal de mis deseos y complacencias.
¡Qué delicadeza la de Jesús para conmigo! Ningún reproche, nada de riñas, solo perdón y alegría. Claro que para eso tuve que reconocer mis pecados y pedir perdón.
¡Qué experiencia tan maravillosa aquellas primeras confesiones! Los sacerdotes no podían imaginarse mi felicidad al sentirme liberado del peso de mis muchos pecados.
Deseaba que amaneciera pronto para ir a la primera misa del día, siete u ocho de la mañana. ¡Qué momentos de intimidad y de presencia viva de Jesús, después de comulgar, en el silencio de la mañana en el templo!
Desde los 22 años hasta los 26 que ingresé en el seminario, todos los días, la misma experiencia. Me sentía raro en aquellas misas diarias matinales rodeado, casi siempre, nada más que de gente mayor. Me consideraba un privilegiado y además rebelde, pues en mi nuevo modo de vivir seguía haciéndolo contracorriente.
Lectura de libros de espiritualidad y vidas de santos, mucha oración delante del sagrario, y las predicaciones de convivencias y retiros, que me encantaban, eran mis nuevas diversiones. Sin esfuerzo dejé la noche, la música, etc. Había descubierto una nueva humanidad y el cielo, aquí, en la tierra: Jesucristo, la Iglesia.
Me parecía mentira... ¡Yo, que tanto critiqué a la Iglesia, a los curas, al Opus Dei..! Yo, que luché lo que pude (militando en la izquierda) por la libertad, la igualdad y la justicia social... ¡Y acabé siendo cura!
Lo iba entendiendo poco a poco, sobre todo, cuando en mi nueva situación, en tantas ocasiones, tuve que oír que me habían lavado el cerebro. Yo les preguntaba que porqué, antes, cuando me veían de malas maneras, no me reprocharon nunca nada; antes bien, me aplaudían y lisonjeaban siempre.
Mi infancia fue difícil. Nací en un ambiente pobre en todos los sentidos. Me preguntaba por qué. Siempre he preguntado el porqué de las cosas. Mi padre, por la situación económica, había proyectado para mí que fuera mecánico o agricultor. Muy al contrario yo deseaba estudiar para dedicarme a la literatura, pintura, música…
En el último curso de primaria, sin apenas esperanza de conseguir nada, escribí a Franco, al que muchos, por complejo y prejuicios pretenden ahora que lo borremos de nuesttra memoria. Le pedí ayuda económica para poder estudiar. La carta la mandé al ministerio de educación y ciencia. No recuerdo bien, pero me respondieron loando mi audacia y concediéndome una beca para la matrícula, comedor y transporte. Cuando leí la carta a mis padres lloraron emocionados.
En la actualidad, España está a la cabeza de los países que sufren mayor fracaso escolar de Europa. Muchos niños de mi época queríamos estudiar y no podíamos por carecer de oportunidades. Ahora, hay muchas oportunidades pero poca voluntad de aprender. Desde que soy sacerdote, he sido testigo de cómo se enviaban a los colegios públicos, desde la junta del gobierno regional, cajas de preservativos, no para coleccionarlos sino incitando a su uso, “póntelo, pónselo”. Estos recursos junto a grandes dosis de pornografía y violencia, en cine, tv, discos, etc. han ayudado mucho al cumplimiento de la “profecía, amenaza, sentencia” o qué se yo… proferida por el célebre Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno socialista: A España, en unos años no la conocerá ni la madre que la parió.
Con beca hice los estudios medios en el I.E.M. de Martos hasta sexto de bachiller. En este curso me quitaron la beca porque suspendí seis asignaturas. Sin ánimo de auto exculparme, creo que la causa principal fue que aquel año, por orden ministerial, nos obligaron a estar en la misma clase a chicos y chicas. Me enamoré tanto, tanto de la primera de la clase que casi no podía concentrarme en nada más. Para más sufrir me rechazó por otro muchacho más guapo, alto y rico que yo.
Un viejo comunista, vecino mío, intentó, y casi lo consigue, convencerme de las excelencias del socialismo. Para él compuse una de mis primeras canciones: “Canto a Frasquito Guevara paisano de mucha edad con sangre roja en las venas lucha por la libertad…” Por este anciano aprendí el espíritu de protesta y rebeldía hasta el punto de no callarme ante cualquier injusticia por pequeña que fuera. Por esta razón a los 16 años, me vi envuelto en un pequeño lío municipal. Mi padre, intentó arreglar el asunto obligándome a ir a la casa del alcalde con un obsequio y a pedirle perdón de rodillas. Me presenté en La casa del Sr. Alcalde diciendo: “Estoy aquí por obedecer a mi padre pero lo que no pienso hacer es ponerme de rodillas delante de vd, yo no me arrodillo nada más que ante Dios. Y en cuanto a pedir perdón dígame de qué? A punto estuve de ir a un correccional.
Con dieciocho años recién cumplidos abandoné los estudios y me fui a Madrid, Franco acababa de morir.
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1 comentario:
Només puc comentar amb retràs, respecte i júbilo: hola Don Pepito, hola DON JOSÉ !!
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