Estoy tratando de no escucharles. Intento no pensar en lo que me dicen pero no lo logro. Me susurran al oído cosas que saben que me gustan, que me interesan, que me excitan. Pero no debo hacerles caso. Son peligrosas. Oprimo mi cabeza con mis manos y les ruego que se callen. Me levanto y enciendo la radio. Supongo que una voz hará callar a otra voz como un clavo quita otro clavo…
Francino pregunta a uno de los contertulios qué opina de la situación económica de Europa y aquel le contesta que, con un poco de suerte, nos recuperaremos dentro de diez años. Mascullo unos cuantos improperios dirigidos a los políticos, los economistas y las madres de todos ellos. No entiendo cómo ese hatajo de personajillos que tienen en su mano nuestras vidas, esos a los que pagamos los sueldos, nos han dejado con el culo al aire. Se ríen de todos nosotros. Apago la radio.
Como no puedo soportar las voces que se entremezclan en mi cabeza busco una de esas pastillitas que me recetó un psiquiatra amigo mío, que está aún más loco que yo, y la trago con un sorbo de whisky.
“Tú no estás bien. Intenta no estresarte, amigo mío. Eso no te conviene.”
¿Y qué coño sabrá este loquero de lo que me conviene o no me conviene?
¡Como si uno pudiera elegir lo que le conviene!
¡Como si uno hubiera elegido fracasar en todas las facetas de su vida!
¡Como si uno pudiera elegir ser diferente a como es!
Me levanto y enciendo un cigarrillo de marihuana. Aspiro profundamente el humo, hasta los pulmones, hasta que una quemazón horrible me corta la respiración. Con la tercera o cuarta inhalación empiezo a notar cierta relajación. Ya no me quema. Con la última dejo de oír algunas de las malditas voces. Algunas, pero no todas. Me queda una…
Pero para esa voz no necesito pastilla ni drogas. Esa es fácil de acallar.
Es cuestión de levantarme, pero no puedo. Es curioso. Mi cerebro manda el mensaje a mis piernas pero ellas no se mueven. Es como si no le entendieran. Como si utilizaran códigos distintos… Debe ser por el efecto de las drogas.
Pues de alguna manera tendré que conseguir levantarme para hacer callar a esa maldita zorra. Lleva horas suplicando. Debería habérmela cargado ya.
Es absurdo que grite. ¿Por qué grita si nadie la va a oír? ¿Quién va a venir a estas horas a una vieja casona en medio de la nada? Y menos en invierno, con la que está cayendo…
Sus gritos han cesado. ¿Se habrá dormido exhausta de tanto rogar que le deje marchar? ¿Se habrá escapado? No. Eso es imposible. La he encadenado a la reja del cobertizo y me he asegurado de que no pueda soltarse.
¿Habrá muerto de frío? Eso me facilitaría las cosas…
Se me cierran los ojos. Por fin hay silencio.
Voy a intentar dormir un poco y sólo así dejaré de darme asco a mí mismo por ser como soy y hacer las cosas que hago…
Como si uno pudiera elegir no hacer las cosas que hace…
Como si uno pudiera actuar de una forma distinta a la que sus voces le dictan…
Autora: La Bego
3 comentarios:
El silencio es mejor medicina que la marihuana y el alcohol. Debemos escucharlo.
No sé si conec a esta Bego...buen fichaje.
Me ha gustado mucho, Gillan. Buen hallazgo.
He consultado Maravillas del Saber y ya conozco a Bego, je,je. Enhorabuena, ya negociaré para que escriba en Hoangho.
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