Las manifestaciones del pasado sábado, convocadas en las principales capitales del mundo occidental, nos confrontan con una realidad incontestable: existe un movimiento popular de dimensiones nunca conocidas que se rebela contra las estructuras de injusticia generadas por el capitalismo financiero, contra esa nueva Babilonia formada por la aleación de la plutocracia internacional y los Estados. Despachar este movimiento como un mero sarampión «antisistema» orquestado por elementos de extrema izquierda es locura, o subterfugio propio de lacayos babilónicos: a los manifestantes de Nueva York, por ejemplo, acaba de prestarles su apoyo Lech Walesa, que no es, precisamente, el prototipo de «agitador antisistema». Es posible que este movimiento, que tiene un origen espontáneo, e incluso confuso si se quiere, acabe siendo pervertido o parasitado por extremistas de izquierda, como ha ocurrido en España; pero si tal cosa ocurre, será responsabilidad de los gobernantes occidentales. Son ellos, empezando por Obama, gran emperador babilónico, y siguiendo por todos los reyezuelos de la Unión Europea, quienes han emprendido una operación suicida de salvamento del sistema financiero.
No hay otra salida a la crisis provocada por el hundimiento de los mercados financieros que la reactivación de la economía real; pero los gobernantes occidentales se están dedicando a asfixiarla todavía más, hasta dejarla exangüe, detrayendo sus fondos cada vez más exiguos para emplearlos en el rescate de bancos quebrados, a los que, una vez «recapitalizados», se les obliga a invertir en sucesivas emisiones de deuda pública, para que nuevamente quiebren y nuevamente tengan que ser «recapitalizados». Esta es la auténtica, mastodóntica «burbuja financiera» que está conduciendo a Occidente al abismo; y el único remedio para ponerle fin consiste en salir de esta especie de círculo diabólico, dejando que los bancos quebrados quiebren y los Estados renuncien a seguir inflando la burbuja. Salir de ese círculo diabólico obligaría, sin embargo, a los Estados occidentales a reconocer que su deuda pública es tan inasumible como la de los pobrecitos griegos (ese chivo expiatorio que se ha elegido para distraer la atención de los incautos); y, antes que reconocerlo, están dispuestos a mantener laespiral especulativa y a seguir vampirizando la economía real, elevando las exacciones fiscales y creando más paro.
Para justificar sus desmanes, el contubernio babilónico aduce que sólo de este modo volverá a fluir el crédito. Pero la experiencia nos demuestra que la operación de salvamento de la banca diseñada hace unos años no ha servido para reactivar le economía real, sino para engordar una burbuja financiera cada vez más insostenible; y lo mismo ocurrirá con la operación que ahora se está diseñando. Para evitar esta parálisis económica, hay que restaurar el tejido de la economía real, evitando su asfixia y permitiendo que genere recursos propios que puedan ser reinvertidos. «Los fondos propios han sido siempre la base de una economía sana, no los fondos ajenos», nos recuerda Eulogio López, el periodista económico más clarividente del momento, la única voz disonante en el concierto babilónico.
Mientras esa nueva Babilonia no caiga, no harán sino crecer los indignados del mundo. Y, cuanto más tarde en caer, mayores serán las posibilidades de su movimiento sea pervertido o parasitado; no sólo por agitadores antisistema, también por los propios lacayos babilónicos, unidos en una misma obsesión cristofóbica.
2 comentarios:
Interesante artículo, aunque sólo analiza la indignación desde el punto de vista económico. El descontento con la situación actual va más allá de las burbujas (a mí me gusta más el símil de la bola de nieve) y también tiene una componente moral importante.
También discrepo sobre la magnitud del fenómeno "indignados" en España. Es algo que se puede contabilizar en votos, o mejor dicho, en "no votos".
Veremos la noche del 20-N cuántos de esos "indignados" están lo suficiente como para no escoger ninguna de las dos opciones políticas mayoritarias.
La crisis económica vino precedida de una gran crisis moral (causa-efecto). Lo suyo sería que ninguna de las dos opciones mayoritarias recibiera voto alguno de los "indignados" ni de los "dignos", pero dudo que así ocurra... por desgracia.
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